�۶���Ƶ

Jerome Powell, presidente del banco central de los EE. UU., el Federal Reserve, frecuentemente nos recuerda que "sin estabilidad de precios, la economía no funciona para nadie". De hecho, cuando las personas no necesitan preocuparse por la devaluación de su dinero, el emprendimiento y la creación de empleos pueden florecer.

��

La estabilidad de precios ha sido seriamente puesta a prueba en los últimos años. La pandemia de COVID-19 impactó negativamente el comercio global y las cadenas de suministro, haciendo que los precios de todo tipo de bienes se dispararan. Al mismo tiempo, medidas de estímulo gubernamental de proporciones colosales incrementaron significativamente la demanda por bienes y servicios, lo que también contribuyó a elevar los precios.

��

Desde entonces, las crecientes tensiones geopolíticas han llevado a una mayor fragmentación económica, con el flujo transfronterizo de bienes y servicios enfrentando mayores limitaciones. Las presiones inflacionarias en la mayor parte del mundo han permanecido elevadas como resultado, y estas presiones parecen improbables de desaparecer completamente en el corto plazo.

��

Los bancos centrales independientes, que pueden conducir la política monetaria en gran parte libres de interferencia política, han demostrado históricamente una fuerte capacidad para gestionar la inflación. La autonomía de los bancos centrales es, sin duda, la mejor estructura de gobernanza de la política monetaria jamás concebida, como lo ilustra la experiencia de los mercados emergentes en las últimas décadas.

El origen de la independencia de los bancos centrales en los mercados emergentes puede rastrearse hasta la década de 1970. Los precios muy altos de la energía llevaron a los países productores de petróleo, como Arabia Saudita y Kuwait, a disfrutar de superávits financieros excesivos, que fueron reciclados por los bancos comerciales occidentales en forma de vastos préstamos a las economías de los mercados emergentes. La resaca de esta fiesta fue severa, ya que la política monetaria global se ajustó y la economía global desaceleró al final de esa década.

La década de 1980 se caracterizó por recurrentes reestructuraciones de deuda en el mundo emergente. Muchos países, incluida la mayoría en América Latina, fueron excluidos del financiamiento externo y enfrentaron mercados de capitales domésticos superficiales, por lo que recurrieron a sus bancos centrales para financiar sus déficits gubernamentales. Un ambiente doloroso de inflación muy alta y crecimiento económico deprimido siguió, lo que desde entonces se ha denominado "la década perdida."

En la década de 1990, mercados emergentes como México, Perú y Polonia recalibraron drásticamente la política económica a través de una larga y ardua jornada de reformas económicas. Central para estas reformas fue la concesión de autonomía a sus bancos centrales, lo que permitió a muchos de ellos adoptar un régimen de "metas de inflación". Esta es la práctica de ajustar la política monetaria para alcanzar una tasa anual especificada de inflación.

Lenta pero seguramente, estas economías experimentaron una transformación económica y financiera significativa. Tanto que, durante el pico de inflación global más reciente, muchos bancos centrales de mercados emergentes lideraron el camino cuando se trató de ajustar la política monetaria. Bancos centrales en países como Brasil, Hungría y Chile primero ajustaron y luego aliviaron la política monetaria mucho antes que el Federal Reserve de los EE. UU. y el Banco Central Europeo.

Por otro lado, los mercados emergentes que sometieron a sus bancos centrales a la interferencia política tuvieron un desempeño mucho peor. La hiperinflación y la estagnación económica han azotado a países como Argentina y Venezuela durante el mismo período, ya que sus gobiernos repetidamente dirigieron a los bancos centrales a imprimir dinero para financiar gastos fiscales excesivos en las últimas dos décadas.

Más recientemente, el Banco Central de Brasil ha sido puesto en el centro de atención política por los políticos de su país. Disfruta de una mayor independencia desde 2021 y ha sido capaz de manejar bien las presiones inflacionarias. Sin embargo, ha enfrentado una creciente presión política recientemente para profundizar los recortes en las tasas de interés con el fin de impulsar la actividad económica doméstica.

E incluso más allá de los mercados emergentes, ha habido informes particularmente preocupantes de que la independencia del Federal Reserve está siendo cuestionada en un año electoralmente cargado en los EE. UU. El dólar estadounidense y los mercados financieros de los EE. UU. permanecen como la base del sistema financiero global; cualquier pérdida repentina de confianza en ellos infligiría un dolor económico y financiero severo en todo el mundo.

Mantener todas estas experiencias en mente hoy es crucial. El riesgo de influencia gubernamental ha aumentado, ya que la mayoría de los bancos centrales enfrentan compromisos a corto plazo entre lograr la estabilidad de precios y apoyar la actividad económica. La credibilidad en torno a la independencia de los bancos centrales puede llevar décadas en construirse y, como cualquier cosa que involucre confianza, puede perderse de la noche a la mañana.